Las raíces del sistema científico argentino: mi historia personal

La historia de la ciencia en Argentina está profundamente entrelazada con las vivencias de quienes dedicaron sus vidas al desarrollo del conocimiento. En mi caso, mi infancia estuvo marcada por el rigor y la lógica científica, elementos que definieron el trabajo de mi padre, el doctor Alberto C. Taquini, una figura fundamental en los orígenes del sistema científico nacional.

El legado de Alberto C. Taquini: la angiotensina y la hipertensión arterial


Mi padre fue un pionero de la cardiología con un enfoque fisiopatológico. Como médico e investigador, fundó el Instituto de Investigaciones Cardiológicas de la Universidad de Buenos Aires, que lleva su nombre y donde trabajó incansablemente hasta el último día de su vida. Su liderazgo en el estudio de la hipertensión arterial lo convirtió en un referente internacional, presidiendo sociedades científicas de gran renombre, como la Sociedad Internacional de Cardiología, fundada en 1946.

Junto al equipo liderado por el doctor Bernardo Houssay, mi padre participó en un hito de la medicina: el descubrimiento del mecanismo renina-angiotensina. Este hallazgo, realizado en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina de la UBA, fue clave para entender la regulación de la presión arterial y desarrollar tratamientos que hoy benefician a millones de personas. A pesar de la competencia científica internacional, fue el grupo argentino quien interpretó correctamente el camino de producción de la angiotensina. El debate sobre su denominación culminó en 1958, cuando se decidió fusionar los nombres de “hipertensina” y “angiotonina”, consolidando el término "angiotensina". Este logro refleja el nivel de excelencia y colaboración que caracterizó a nuestros científicos.

La institucionalización de la ciencia en Argentina


El doctor Houssay no solo fue un mentor para mi padre y para mí, sino también un visionario en la organización de la ciencia nacional. En 1933, lideró la fundación de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias (AAPC), una institución que marcó un antes y un después en la promoción de la investigación científica y la formación de jóvenes investigadores. La AAPC impulsó la creación del CONICET en 1958, con Houssay como su primer presidente, consolidando un sistema de apoyo a la investigación en el país.

Además, la AAPC fundó la revista Ciencia e Investigación en 1945, que se convirtió en el órgano de difusión del CONICET por dos décadas, destacando la relevancia de comunicar la ciencia tanto a nivel local como internacional.


Mis inicios en la ciencia y la docencia universitaria


Desde niño, acompañaba a mi padre al Instituto de Fisiología, donde tuve el privilegio de conocer a Bernardo Houssay. Su influencia fue decisiva en mi vida, marcando mi camino hacia la medicina y la investigación. A los 24 años, me gradué como médico y, poco después, asumí roles clave en la docencia universitaria. En 1963, tuve la responsabilidad de reorganizar los trabajos prácticos de la segunda Cátedra de Fisiología, optimizando la experiencia educativa para miles de estudiantes.

Sin embargo, la demanda de la docencia limitaba el tiempo para la investigación, lo que despertó en mí un profundo interés por equilibrar ambas áreas y maximizar el impacto en la formación de nuevas generaciones de científicos.


El impacto de un legado vivo


La contribución de mi familia a la ciencia argentina va más allá de los logros individuales. Tanto mi hermano Charles como yo seguimos los pasos de nuestro padre en distintas ramas de la medicina, manteniendo vivo su legado y su pasión por la excelencia científica. Este recorrido personal no solo me ha permitido ser testigo de hitos históricos en la ciencia, sino también contribuir, desde la docencia y la investigación, a fortalecer el sistema científico nacional. Hoy, al mirar hacia atrás, me siento profundamente orgulloso de haber sido parte de una historia que combina esfuerzo, dedicación y el compromiso inquebrantable con el avance del conocimiento en Argentina.