Hace más de 50 años, junto a Enrique Ugoiti comenzamos una profunda reflexión que publicamos oportunamente en el libro “Nuevas universidades para un nuevo país y la educación superior” (Taquini 1972).
Veíamos que indudablemente, la globalización había impulsado un avance científico y tecnológico sin precedentes pero, en definitiva, lo que se estaba globalizando era la experiencia humana. Entendimos que la globalización era más que un proceso político económico. Era un desafío cultural que implicaba una concepción integral del hombre y la naturaleza en todos sus aspectos, incluidos la diversidad de expresiones individuales.
Hacia finales del siglo, las posibilidades de comunicación entre las personas comenzaron a expandirse exponencialmente a nivel planetario, se diversificó el horizonte cultural y también se ampliaron las aspiraciones personales que ya no entendían de fronteras barriales. El fenómeno global ya no solo se proyectaba al exterior de las personas, sino también en los aspectos propios de la naturaleza humana que busca su sentido y trascendencia en el encuentro con los otros y en el ámbito donde se desarrolla, la llamada “Casa Común”, en palabras del Papa Francisco.
Fue así que basamos este análisis en la relación que se establece entre el acontecimiento histórico y cultural que representa la globalización en nuestro tiempo y la noción de “persona”, la cual atravesó desde entonces todas nuestras reflexiones sobre el rol de la educación en este proceso.
¿La globalización es inherente al ser humano?
Para entender el vínculo entre globalización y persona recurrimos a una perspectiva filosófica, e incluso, teológica del concepto de “persona”. Partimos de la premisa de que independientemente de las condiciones y contexto en que hayamos nacido y crecido, somos todos iguales en naturaleza, derechos y, sobre todo, en dignidad: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos", tal cual expresa el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Esta igualdad se fundamenta en que todos fuimos creados por Dios a su imagen, lo que nos otorga una esencia común. Esa semejanza a Él nos dotó además de espíritu, por medio del cual nos abrimos a las demás personas, al mundo, a Dios y a la eternidad.
Así llegamos a la conclusión de que el fenómeno de la globalización no es algo que “le sucede a la gente”, sino más bien una consecuencia de su propio desarrollo que hoy, en un diálogo cultural acelerado por el impacto de las tecnologías, le brinda a cada persona la posibilidad de expresar su humanidad en forma más plena. Por todo esto dicho es que consideramos que la globalización es inherente a la condición humana.
Y mientras tanto el sistema educativo…
La persona globalizada ¿no choca acaso con un sistema educativo que aún se apega a modelos diseñados hace doscientos años para fortalecer las identidades de los estados nacionales que estaban emergiendo? Claramente el sistema educativo tradicional quedó desfasado de la forma en que trabajamos, nos comunicamos, experimentamos la cultura y obtenemos el conocimiento, pero peor aún, está desconectado de la esencia y la potencia de expansión que tienen los propios sujetos a los cuales pretende formar.
Es por ello que desde Nueva Educación abrazamos un enfoque diferente, convencidos que nuestra labor debe resultar en la formación de ciudadanos del mundo con valores y capacidades laborales universales. Para lograrlo, consideramos que nuestro rol como educadores no debe estar focalizado en instruir sino en empoderar a las personas para que puedan desarrollar plenamente sus habilidades y potencialidades como sujetos individuales y aportar en su accionar a un mundo global.
Gracias a que el cambio tecnológico potencia la personalización a ese nivel global, el desafío que se nos impone para la formación del niño es el de construir aprendices permanentes con habilidades digitales y pensamiento crítico para escudriñar en la nube. El reto que tenemos por delante es flexibilizar y diversificar al sistema educativo para ponerlo al alcance de las posibilidades y las necesidades de las personas, teniendo en cuenta su heterogeneidad (sus etnias, edades y culturas), como así también la diversidad de nuevas metodologías de aprendizaje que ya se aplican y otras que están emergiendo.